ARMANDO TORRES ENTREGO SU VIDA EN ESTACIONES DEL FERROCARRIL

13 enero, 2012

07-11-11

La etapa más importante y trascendental  de la vida de un trabajador, es servir y culminar con un ciclo lleno de satisfacciones, tal  es el caso específico de Armando Torres Ordóñez, Un telegrafista jubilado que entregó su vida  para desarrollar su quehacer  en las estaciones de ferrocarril.

36 años  se dice fácil, pero fueron de arduo y constante trabajo y de manera permanente coordinar los trenes, emitir miles de mensajes a través de la clave morse a diferentes partes del país y del estado, con un fin de mantener comunicadas a las familias y a los principales actores de la economía.

Tal fue la pasión de esta noble profesión,  que al llegar el término  de la era de la telegrafía como uno de los medios de comunicación más eficientes después del teléfono,  las dependencias federales optan por cerrar las oficinas de enlace para dar paso a la modernidad satelital. Fue cuando Don Armando Torres quien laboraba en la ciudad de Cuauhtémoc fue notificado de tal modernización y   su respectiva jubilación, luego,  rescató parte de los instrumentos que marcaron una vida de quehacer a favor del mundo ferroviario.

En la actualidad mantiene en su domicilio un museo con piezas sumamente valiosas que formaron parte de su vida, refugio donde ha impartido una serie de pláticas en torno a la especialidad que dominó por más de 30 años, la faena la comenzó en  oficinas como Bocoyna,

El extelegrafista atienda a visitantes en su propio museo


Todavía recuerda que siendo un jovencito, su padre  preocupado por brindarle un mejor futuro, habló con el jefe de la estación de trenes, quien le brindó la oportunidad, para que primero estudiara y se aprendiera en poco tiempo la clave morse,  situación que no fue fácil, primero emitir letras, después formar palabras y con mucho ahínco y empeño logró conseguir su empleo dentro de la oficina de telégrafos del propio ferrocarril, el cual desarrolló con mucho amor y apoyado por su familia en los más escabrosos y recónditos sitios en la sierra Tarahumara.

En medio de una magneto  para corriente que conecta con el resonador  para emitir los mensajes  y convertirlos en clave morse  está también  la Vatiwa con la cual sellaban los documentos  importantes,  para evitar que fueran abiertos por personas ajenas o  violados,  el Coleccionista de instrumentos y fotos relacionados con el  ferrocarril compartió parte de las satisfacciones.

Narra que en una ocasión en la comunidad de Bocoyna, le comunicaron debía anunciar la presencia  de una torrencial lluvia, prácticamente se había llevado el bordo  que protegía la vía y amenazaba con causar daños severos y ponía en peligro, de inmediato colocó petardos y tomó las luces de bengala, para tal acción tuvo que correr  por  lo menos 500 metros para  realizar las faenas de  seguridad  y  detener el convoy que venía acercándose; recuerda que no contaban con luz eléctrica, desde entonces acondicionaron la oficina y por ende la estación con este servicio, incluso conserva una maqueta de lo que fue su centro de trabajo por espacio de 7 años.

Armando Torres confiesa que  fueron muchos los servicios que como encargado de estación le tocó realizar, comenta que se trataba desde atender heridos, partos, acomodar  bultos de mercancías,   hasta el envió de mensajes de auxilio, pero  lo más importante y preocupante, era  el dar el paso a los trenes, entregando órdenes de salidas y llegadas solo con la finalidad de evitar accidentes ferroviarios.

Para cumplir el ciclo de más de  tres décadas, correspondiente al período de 1962-1998, los últimos cuatro años laboró en la estación del ferrocarril del viejo San Antonio de los Arenales, y con un semblante de añoranza día a día escucha la llegada y salida de los vagones que por muchos años formaron parte importante de su vida, así como estar en el  fascinante mundo de los rieles.

Adora escuchar los silbatos de las máquinas y cada vez que las escucha, narra que es como revivir el pasado y vivir en el trajinar diario de los trenes, para su fortuna, vive cerca de la estación de ferrocarril y gracias a ello, el silbato de las maquinas ferroviarias, así como el rudo de cambio de vías o de  vagones, sigue presente cada día en su vida.

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