Javier Ramírez Chávez
Se tomó todo el día para ellos porque los pichers son una especie muy diferente a todo ser humano. Son artistas que tejen sus obras a 60 pies seis pulgadas de distancia del home con un brazo que no se hizo para eso.
Se dice que se nace para ser lanzador. Es indudable que se requiere algo de talento para lanzar una pelota con más o menos éxito, pero también es indiscutible que mucho o poco talento se puede pulir a un grado de grandeza ilimitada con buena instrucción, inteligencia, mucho trabajo, dedicación, un ardiente deseo de triunfo y la obsesión de ser lo mejor que se pueda ser.
El buen picheo no es sólo velocidad. En grandes ligas el promedio de velocidad es de 84 millas. Sólo el diez por ciento de 300 de lanzadores sobrepasan ese promedio con consistencia. Claro que la velocidad es parte integral del arte de lanzar, pero las ligas menores profesionales y hasta las amateur están llenas de lanzadores que tiran muy fuerte y que jamás ascienden por no saber utilizar ese regalo de Dios.
Cómo observador de talentos me tocó ver también a otro niño que trae cualidades de bateo por su swing y porcentaje de bateo, también se desempeña muy bien en el cuadro jugando magistralmente en el shorstop y tercera base. Se llama Adrián Rivas Castillo y tiene quince años.
Ayer en el juego de Racsa contra la escuela de béisbol “Broncos” observé a un jovencito de nombre Bryan Quezada que anda en la frontera de las ochenta millas que es de la categoría 15-16 de los “Broncos” y traía comiendo de la mano a la fuerte artillería de Racsa y así los mantuvo en ceros por seis entradas, ojalá y a este niño le den seguimiento y lo cuiden para que se integre a una academia de los equipos profesionales de GL como lo hizo Iván Pacheco de esta misma escuela. Foto; Bryan Quezada (hijo de Humberto Quezada)y Adrián Rivas tercera base de broncos