Por: Doany Domínguez Ortiz
Hay hombres que nacen, aún no sabría decir si en una centuria o varias, con las características, casi todas cualidades, como las de mi “Pingüino”.
Gran bondad e intelecto, profunda capacidad de generar conocimiento, posibilidad e ingenio de difundirlo, expandirlo y replicarlo de lo macro del resto del mundo (incluso a veces desde fuera de él) para su país, y más para lo micro, su terruño.
Quien además sí fue, como siempre será, profeta en su tierra, tierra en donde, después de haberlo dado todo, después de darse todo, se va en paz… mientras nos deja la paz de haber luchado en lo poco o en lo mucho con él para haber logrado grandes cosas, que en sus palabras eran calificadas de “humildes”, como él siempre lo fue.
Don (nunca ganado tan a pulso ese prefijo) Humberto Ramos Molina, fue un faro intenso y potente en la oscuridad hasta poquito antes de su partida.
Fue de esos humanos cuya sola existencia inspiraba, pero su actuar convertía en poesía la vida misma de todas las personas que eran tocadas por su magia
Fue un gran formador de equipos interdisciplinarios logrando hacer que quienes ya éramos amigos, nos hermanáramos por una causa siempre en la búsqueda del bien mayor.
Él regalaba sentido como dulces, a otros humanos, ese era el mayor de sus innumerables dones.
Escuelas primarias, secundarias, preparatorias, parques, canchas, instituciones necesarias o nuevas, centros culturales, artísticos, calles, hospitales, llevar agua en donde solo había sequía, estadios, centros de rehabilitación, universidades, tecnológicos, estaciones de radio, sistemas de transporte, centros de salud, franquicias de productos locales, fusiones socioculturales de las buenas, salud con desarrollo para aquellos a los que dieron por hecho que jamás podrían ser felices, capaces o plenos por discapacidad o neurodivergencia, invaluables sinergias impensables, maratones donde ni aeropuertos ni suficientes hoteles había, divulgación científica, distribución de inmuebles para fines sociales, adelantos agrónomos de gran avanzada, de futuro pues, apertura de consciencias, batallas contra el poder opresor como conocedor del poder generador y facilitador, amante del “ver como sí” en vez del “siempre no”, y creo que solo le faltó enseñar a caminar por el cielo, son algunas de las muchísimas cosas que logró en su haber Don Humberto Ramos Molina (así, completo, como debe de mencionársele cuando se le menciona).
Murió en calma, sin enfermedad conocida, en su edad justa, avanzada le dirían algunos, dejando en su andar grandes amores, admiración, confrontaciones y visión de altura de miras como muy poquititititos pueden tener pero sobre todo, concretar, hacer tangible, realidad.
Él viajaba al mundo de los sueños del “se imaginan que fuera posible…”, al mundo de “nos creían locos, pero ya es un hecho”, y así concluía cientos de historias de esas que ya no hacen ni están televisadas, ni en Instagram o TikTok.
Él hizo historias de deveras, de las fijas y permanentes, de las que cambian y crean posibilidades, futuro, precedentes… esperanza.
Descasa en paz gran maestro, con toda tu capacidad de ser un eterno alumno.
Gracias infinitas y absolutas por notarme, por esos “tú” que se te salían pese a la profunda costumbre de hablar “de usted”. Por tanta amistad de colores, tanta imaginación desbordada, porque después de mi padre, tu amigo, nunca vi a otro ser humano a quién le maravillara mi capacidad de exagerarlo todo. Tu siempre supiste sacarle provecho para crear en esa exageración, realidades múltiples y sinceras, en las que solo los artistas viven.
Descansa en paz, creando en grande y sin permiso, allá en donde andes, y espérame al lado de las mías, todas mis personas que segura estoy te recibieron felices porque ahora estas en donde perteneces, el mundo de las posibilidades infinitas, como infinita fue tu capacidad de amar soñando que era posible.
