SEGIO ROMO LA HISTORIA DE UN MEXICOAMERICANO DESPRECIADO QUE INCREÍBLE HISTORIA

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18 octubre, 2019

 

Al lanzador mexicano Sergio Romo le tocó abrir el juego de aquel viernes de primavera, privilegio reservado para el mejor pítcher de la rotación de los Leones de la Universidad del Norte de Alabama. La temporada 2004 estaba expirando. Romo subió a la loma consciente de que necesitaba siete ponches para empatar el récord de todos los tiempos de la escuela.

Cuando cayó el segundo out de la cuarta entrada, el anunciador del estadio avisó que el mexicano ya había empatado la marca. Con el siguiente ponche, Romo tendría un lugar en la historia. En todos los juegos que había iniciado aquella campaña no había lanzado menos de siete entradas. Durante unos instantes, el pítcher de 21 años fantaseó con la idea de seguir ponchando y elevar el listón a alturas difíciles de alcanzar.

Pero el grito del manager del equipo lo volvió a la realidad. Pidió tiempo fuera y se encaminó hacia el montículo. A Romo se le borró la sonrisa cuando escuchó “dame la bola”. El mexicano miró a sus compañeros de cuadro que lo rodeaban. Todos con la cabeza gacha.

“Ningún mexicano va a romper ningún record en mi equipo porque no lo merece”, le dijo al tiempo que le extendió la mano derecha para esperar la pelota.

“Volteó al dugout, llamó a un pítcher y sin calentar lo metió. Le aventé la bola por encima de la cabeza y me fui. Él me faltó al respeto. Se fue derechito a donde yo estaba y trató de pegarme. Si mis compañeros no me defienden, ahí mismo nos hubiéramos peleado”, relata el pelotero.

Romo es un pítcher derecho mexicoestadunidense que jugó ocho temporadas con los Gigantes de San Francisco, el equipo que ganó la Serie Mundial en 2010, 2012 y 2014. Tiene tres anillos de campeón en las Grandes Ligas, hazaña que ningún otro mexicano ha conseguido.

En el segundo título fue el factor clave del triunfo con los tres salvamentos que obtuvo ante los Tigres de Detroit. En el cuarto y definitivo juego, Romo retiró en orden la novena entrada, con tres ponches; el último, al cañonero venezolano Miguel Cabrera. En esa Serie Mundial lanzó tres entradas perfectas, con cinco jugadores ponchados.

El 4 de marzo de 1983 nació Sergio Francisco Romo, quien 25 años después debutaría en las Grandes Ligas con los Gigantes de San Francisco. Evaristo y Francisca, “mi nana Pancha”, le dice Sergio, fueron sus padrinos de bautizo.

La vida de Sergio Romo era el beisbol. En su bicicleta recorría las calles de Brawley para ir a la escuela con su mochila en la espalda, una bolsa para equipo de beisbol. Entre pelotas, guantes y spikes, se mezclaban cuadernos y lápices.

En su contra jugaban su altura y peso. 1.72 centímetros y 63 kilos. Nadie apostaba por él. “Estás chiquito, estás chaparrito. No lanzas duro, no tienes velocidad”, se cansó de escuchar.

Los primeros dos años de estudios universitarios, SergioRomo los hizo en Orange Coast College y Arizona Western College. Para el tercer año, sus marcas le garantizaron una beca en la Universidad del Norte de Alabama. Ese gran golpe le ayudó a resistir la soledad, la distancia con su familia. Los Romo, que todo le hacían y tanto lo cuidaban, estaban lejos.

“En Brawley no conocí los peligros del mundo. No sabía que me iban a tratar mal por ser mexicano. Alabama era un lugar de puros blancos. Me discriminaron muchísimo. Los compañeros del equipo sí me hablaban, me dieron la oportunidad de demostrar que la percepción que tenían de los mexicanos estaba mal, pero con la gente donde iba a jugar no me fue bien. Me insultaban. Me decían lo peor.

“Aprendí algo que no sabía que existía. Nunca había conocido el racismo ni la discriminación. Me llegaban los tiempos en los que decía ‘ya no puedo’, pero tenía que honrar mí palabra y aguanté.”

Recuerda que un día de partido, los jugadores estaban formados a lo largo de las rayas de cal, con las gorras en el pecho cantando el himno nacional. Uno de los peloteros del equipo contrario le gritó: “Oye, tú no eres de aquí. Siéntate, este no es tu himno nacional, vete a tu casa”.
“Me lo dijo con palabras muy feas. Y yo viendo quién era, pensando: ‘Es el número 35, es el número 35’, y como me tocaba abrir el juego, para darle un pelotazo después; para defenderme. Escuché que alguien se estaba riendo. Era mi coach. Después que terminó el himno, el coach fue a la loma y me dijo: ‘Si le pegas, si le regresas lo que te hizo, te voy a sacar del juego’. Le dije que para qué me dio una beca si no me quería. Me llevó por mi habilidad, porque me necesitaba, aunque no le gustaba que fuera mexicano. No les interesa que seas bueno, nomás te miran la piel.”

El pelotero prefiere guardarse el nombre del coach. Pero en los libros de récords de la Universidad del Norte de Alabama aparece Mike Lane como el manager que le ha dado los más grandes éxitos a esa escuela. Es admirado y respetado.

Pero él le quitó la beca, después del incidente que Romo tuvo con Lane, cuando no le permitió imponer el récord de ponches del equipo. No importó que Romo obtuviera calificaciones escolares de excelencia ni que fuera jugador all-american, es decir, uno de los mejores en su posición a escala nacional.

“Me fui a mi apartamento, agarré todas mis cosas. Tenía un Ford Thunderbird donde eché todo, era el carro viejo de la familia. Me regresé 31 horas manejando hasta Brawley yo solito.

A Romo se le ocurrió llamar a uno de sus mejores amigos, uno con el que los dos años anteriores había jugado en una liga de verano en Arizona. Formaba parte del equipo de Mesa State College y le pidió que le preguntara al manager si le daría una oportunidad de jugar. El coach Chris Hanks se comunicó con él.

“‘Vi tus números y no puedo creer que no tienes dónde jugar, ¿qué pasó?’. Le conté todo, las peleas, que me metieron dos noches a la cárcel porque me peleé en una fiesta de fraternidad y llamaron a la policía porque ‘el mexicano tuvo la culpa’. Le conté lo que hice, bueno y malo. Me dijo: ‘Déjame pensarlo’. Me llamó otra vez, me ofreció una beca de 80% y dijo que le daría mucho gusto que fuera a su equipo.

“Rompí seis récords de la escuela esa temporada y cuatro de la Rocky Mountain Athletics Conference, una liga que tiene más de cien años. No creía lo que me estaba pasando. Abrí 15 juegos y terminé 14-1. Cada vez que lanzaba, imaginaba que estaba enfrentando a Alabama. Lo malo que pasó me hizo mejor, me dio más fuerza. Cuando gané la Serie Mundial en 2010 y 2012, el coach (Lane) me mandó cartas diciéndome que estaba orgulloso de mí. Con eso me dio a entender que sabe cómo me trató, me estaba diciendo que sabe lo que me hizo.”

Durante años ha sido cuestionado porque no es mexicano, porque nació en California. Esto lo ofende porque se siente un no-ciudadano. Aunque nació en Estados Unidos, los estadunidenses no lo consideran uno de los suyos. Y como no nació en territorio nacional dice que los mexicanos no terminan de aceptarlo.

“Ya he pagado lo que se necesita pagar para ser mexicano. Cuando estoy en Estados Unidos me defiendo de ellos porque no me miran como blanco, me miran como mexicano y me tratan así mismo. Mis raíces, mis tradiciones, mis costumbres, son de mexicano. Me gustaría que no me llamen pocho porque baja la moral, me quita el orgullo de ser quien soy. No soy menos mexicano por tener doble nacionalidad.”

 — con Liga Mayor de Beisbol de la Laguna y Orlando Sanchez.

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